lunes, 13 de agosto de 2012

Lima



Orientándonos sobre el mapa de papel que nos facilitó la dueña del hostal, dirigimos nuestros pasos a la zona de costa de Miraflores. Por el camino nos tropezamos con un supermercado situado entre las calles de Paula de Ugarriza y la avenida Benavides, el E-Wong, donde nos compramos refrescos y cositas para hacernos unos bocatas para el camino.

Miraflores es una zona residencial que da la sensación de tener un nivel económico alto. Llama mucho la atención que las casas y edificios, estén totalmente rodeadas y cerradas por verjas de hierro, alambres de espino, circuitos de alarmas, etc, y que los edificios de comunidades de vecinos, cuenten con vigilantes de seguridad apostados en sus puertas, que saludan educadamente al acercarte a ellos.
Da la impresión de haber inseguridad, delincuencia y robos, que aunque nosotros nunca lo sentimos en nuestras propias carnes, las personas con la que lo comentamos, así lo corroboraban.


En nuestra primera caminata por la nueva ciudad, terminamos en el Parque Central, donde nos tomamos los tentempiés, compartiéndolos con unos amigables mininos, mientras observábamos a una niñita que andaba seguida por unos cámaras de televisión.
Por lo que se ve, presentaba algún programa  telebasura, y con un micrófono en una mano y una tarta en la otra, realizaba a los transeúntes una pregunta algo boba de cultura general, para acto seguido, estamparles el postre en la en la cara dejándolos estupefactos y embadurnados de dulce. Acto seguido, la "niñita" corría a que le dieran otra tarta para buscar a otro distraido paseante y repetir su bromita...nos dijimos: -" como se acerque a nosotros, le vamos a preguntar ¿dónde están las Canarias? y con las misma, le hacemos la misma "gracieta" que le propina a los demás, a ver si así se le quitan las ganas a esta niña tan repulsiva de ser tan simpática..." -

Antes de que eso ocurriera, cuando ya la habíamos pillado mirando hacia nosotros, nos pusimos de nuevo en camino y descendimos por la avenida Diagonal, hasta llegar a la costa.


El Mirador de los Besos, nos hizo mucha ilusión pisarlo, pues era uno punto turístico que habíamos visto en televisión, en nuestro programa favorito de viajes.
Es más pequeño de lo que nos imaginábamos, pero efectivamente, a parte de unas buenas vistas de las playas de Lima, sirve como refugio para que las parejitas adolescentes acudan a "besuquearse" ante la mirada indiscreta de los numerosos turistas que acuden al lugar.



Este mirador, está ubicado en la zona más "pija" de la ciudad, y a pocos metros hay un gran centro comercial destinado al turismo, donde entre varias terrazas con bares, heladerías y demás, hay grupos de lugareños ataviados con trajes típicos piden fotografiarse con los turistas a cambio de una propina.

Desde el balcón que es en realidad este mirador, se pueden contemplar numerosas actividades de ocio que practican los turistas y los paisanos más pudientes, tipo parapente, mujeres de alta clase patinando, etc.





Antes de que nos cayera la noche, decidimos acercarnos al centro neurálgico de la ciudad, La Plaza de Armas. Para ello utilizamos el servicio público de transporte, el Metropolitano de Lima.



El servicio Metropolitano de Lima, es una moderna y eficaz red de varias líneas de autobuses articulados que recorren los principales puntos de la ciudad de norte a sur, mediante un sistema de carriles exclusivos separados del resto del tráfico limeño. Además, es barato, 1,50 Soles, aproximadamente 0.50 € por trayecto, y rápido, pues en una media hora hace su recorrido completo, lo que no está nada mal, para una mega-urbe de la envergadura de Lima.





 La Plaza de Armas, y el ambiente que se respiraba allí, nos encantaron.
Llegamos con el día ya oscurecido, pero nos la encontramos muy convenientemente iluminada.


 El estilo colonial de los enormes edificios que la rodean, con sus impresionantes balcones de madera, las bonitas torres de su catedral, la bonita fuente de bronce, etc, dan un regusto a nuestras pequeñas, en comparación con éstas, capitales isleñas de Canarias.

No nos dio tiempo de hacer mucho más ese día, y retornamos a nuestro alojamiento, previa parada en un restaurante "medio-mexicano" para cenar, encantados con la exquisita amabilidad de los limeños, quienes a cualquier cosa que les preguntaras, te indicaban con educación y una bonita sonrisa en la cara.


 La mañana del segundo en Lima, después de una noche un poco incómoda debido al cambio horario, la perdimos en acercarnos a la embajada española y hacer tiempo hasta que nos diesen mi pasaporte provisional.
Un par de buenas anécdotas, nos trajimos de esa mañana.


La primera, es que como nos dirigimos con tiempo hasta allí, lo hicimos en Combis, que son toda una experiencia de "retorno al pasado", al tratarse de minibuses viejos y destartalados que trabajan con la gente local. Hacen diferentes rutas por la ciudad, por lo que hay que conocerlos, y cuyo cobrador, va colgado literalmente de la puerta, gritando su destino para captar clientes.
No tuvimos ningún problema para movernos con ellas por Lima, pues los cobradores y los propios pasajeros, nos ayudaban, indicándonos cuál usar y dónde bajarnos, ventajas del idioma y de la amabilidad de los ciudadanos limeños.
Más de una vez, nos vimos sorprendidos de que al preguntarle a alguna persona, derrepente, nos viésemos rodeados de cinco o más personas discutiendo entre ellas para darnos la mejor indicación. Entrañable.

Durante la espera en cola para llegar hasta nuestro diligente Sr. Manuel Sanchez, dos pequeñines de unos dos añitos de edad, que estaban por allí acompañando a su madre montando un pequeño alboroto, se fijaron en mi, y como yo enseguida me presto al juego con los enanos, me montaron un buen show, correteando incansables a mi alrededor, hasta que me tocó mi turno.

Otra anécdota buenísima, fue, que a primera hora no tenían disponible aún el documento, por lo que el Sr. Manuel Sanchez nos citó a medio día, y nos recomendó visitar un museo cercano para hacer tiempo.

El conductor del taxi que tomamos en las cercanías de la embajada para ese fin, por lo que se ve, no sabía la localización de ese museo, y lo que hizo fue llevarnos hasta las inmediaciones de la Plaza de San Martín, donde nos dijo que preguntásemos a alguien donde estaba la entrada. Al preguntar a unos simpáticos policías, nos dijeron que el museo en cuestión se hallaba en la zona de San Isidro, a poca distancia de la embajada española....

Nos lo tomamos con humor, y lo que hicimos fue hacer un poco de turismo por la zona, encaminando nuestros pasos desde esa plaza de estilo arquitectónico francés, a través de la avenida peatonal, repleta de comercios y caza turistas, Jirón de la Unión, hasta la Plaza de Armas, para verla esta vez de día.

En Jirón de la Unión, nos reímos un rato con un bajito jovencito que nos ofrecía tatuajes hablándonos en inglés, y después de una pequeña conversación en ese idioma, le preguntamos en nuestra lengua común si teníamos mucha cara de americanos, con lo que nos reímos un buen rato los tres y dimos paso a una charla de lo más amistosa, en la que descubrimos una vez más, para toque de atención de nuestro orgullo canario, que ni tan siquiera prácticamente la mayoría de los sudamericanos, con los que tenemos tanto en común, sabían donde están ubicadas nuestras Islas Canarias. Muchos incluso, las confundían con las Malvinas de Argentina.



En la Plaza Mayor, como también se conoce a la de Armas, tuvimos la suerte de contemplar un cambio de guardia, muy bonito, aunque quizás algo barroco y largo, pero infinitamente mejor por ejemplo, y es que las comparaciones son odiosas, que el de Hanoi, Vietnam, en el Mausoleo de Ho Chi Minh, autopromocionado por los vietnamitas como a la altura del mismísimo Buckingham en Inglaterra.
El fallo de éste quizás, que sí tiene mucha pompa y es muy vistoso, sobretodo gracias a la banda musical, es que al efectuarse dentro del patio del Palacio de Gobierno, hay que observarlo a cierta distancia y a través de un enorme enrejado, con lo que se dificulta el apreciarlo en toda su magnitud.




Una vez retornados a la embajada española, y con el nuevo pasaporte en nuestro poder, dedicamos lo que nos quedaba de día, en seguir recorriendo la ciudad en las vanes colectivas, que tan buen sabor de boca nos dejaron por poder convivir con la gente más humilde de Lima, los de a pie, como decimos aquí, y la verdad, es que nos dieron una lección en cuanto amabilidad.


En una de las Combis que tomamos para llegar al Museo de la Nación, tuvimos una buena anécdota con el cobrador, que me preguntó que de dónde éramos. Al responderle que españoles, de Tenerife, se quedó pensando unos instantes y me comenzó a explicar que en ese equipo había jugado hacía unos años un jugador peruano, un tal Del Solar...
yo no soy nada futbolero, pero estaba hablando de un jugador que pasó por el equipo de nuestra isla en la década de los 90, época dorada de ese equipo, - Chemo, Chemo del Solar - le respondí. - ¡Siii! - me dijo con una gran sonrisa. - Era muy buen jugador, tomó la manija del equipo llevándolo a jugar la copa de la UEFA cuando se lesionó Fernando Redondo... - le dije. Aquí me quedé sorprendido conmigo mismo por todo lo que sabía de fútbol. - ¡Como jugador sería bueno, pero como entrenador...Es el técnico de la selección nacional de Perú, y han perdido 6 partidos seguidos! - Replicó en tono de broma el joven cobrador.
No nos dio tiempo de hablar mucho más, pues llegamos a nuestro destino. El chico nos explicó como volver y las Combis que teníamos que tomar para llegar después de nuestra visita al museo, a la estación Javier Prado, donde compraríamos billetes para el día siguiente a medio día, y comenzar nuestra ruta hacia el sur de Perú.



El museo de la Nación, dentro de un enorme y modernista edificio de hormigón, nos gustó muchísimo, y eso que nosotros no somos muy aficionados a los museos, pero por 15 Soles que nos costó contratar un guía, hizo que con sus explicaciones, se nos quedara muy corta la visita, ya que a las 17:00h cerraban, y no nos dio tiempo para verlo todo.

Mucho más no pudimos hacer ese día. Continuamos experimentando con las Combis hasta llegar nuevamente al centro, y el Metropolitano para ir regresando hasta nuestro alojamiento.



La mañana del tercer día en Lima, a pesar de que la las 6:00 am ya estábamos despiertos, la perdimos olgazaneando un poco, aprovechando el Internet que brindaba nuestra habitación, para hablar un poco con nuestra gente y dejar preparadas las mochilas.



Salimos a pasear un ratito por la cercana zona de costa, y cambiamos dinero a uno de los cambistas de chaleco azul que hay en casi todas las esquinas de los sitios principales de la ciudad.
No habíamos hablado ahora del cambio de moneda en Perú, y es ciertamente curioso.
Para empezar, siempre pierdes dinero, y mucho.
En otros países por donde hemos andado, siempre hay un método mejor con el que no pierdes mucho, pero el de aquí, es cambiarlo directamente en la calle con esta gente, ya que tanto con los bancos, como con las casas de cambio, se pierde muchísimo más. Aún así, nosotros le calculamos que en el total del viaje, pudimos haber perdido un poco más de 100€ en los numerosos cambios que efectuamos.
Ellos dicen en tono jocoso, que los Euros, cuando bajan del avión se encogen...

A media mañana, retornamos a por nuestras mochilas, salimos a la calle, negociamos un taxi, y nos dirigimos a la estación de autobuses de Javier Prado, donde a las 13:00 emprenderíamos, nuestra ruta, la que nos llevó por la costa hasta el sur de Perú, para luego adentrarnos en Bolivia.

Nosotros la bautizamos como: NUESTRA RUTA CON LOS GRINGOS, ya veréis porqué...

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