viernes, 24 de agosto de 2012

Paracas


En la moderna estación de autobuses de Javier Prado, tomamos nuestro bus, sin las dificultades que siempre tuvimos en otros países por los que viajamos a nuestro aire, como China, Tailandia, Camboya o Vietnam, ocasionadas con el idioma, y por una vez, no teníamos la angustia de saber si nos estaríamos metiendo en el bus correcto.

En el bus de Cruz del Condor, camino a Paracas.
No obstante, hay que recalcar, de que a pesar de que se supone que tanto nosotros como los sudamericanos, hablamos el mismo idioma, la comunicación no siempre es todo lo fluida que debería ser.
Si muchas veces a los propios españoles peninsulares les cuesta entender a los canarios y viceversa, debido a nuestros diferentes acentos, tonalidades y las palabras particulares de cada región, aquí, en Sudamérica, el castellano parece haberse mantenido más puro aún que en el país de origen, y con la vocalización tan bonita y curiosa, producto sin duda de la mezcla con sus lenguas andinas ancestrales, hace que tanto para ellos como para nosotros, a veces, sobre todo los primeros días en los que aún no habíamos afinado nuestros oídos, bien parecía que hablásemos lenguas diferentes.

Cenando Ceviche.

Marijose, se reía mucho de estas situaciones, y su explicación siempre estaba basada, en mi mala vocalización, demasiado “canaria”, y que según ella, hace que “ni los míos” me entiendan a veces.

Toda esta explicación, viene dada por el “diálogo de besugos” que mantuve con la chica de la recepción del terminal de autobuses, en la que ambos no hacíamos sino preguntarnos una y otra vez: - ¿Qué? ¿El qué? ¿Cómo? ¡¡¡Ahhh!! – y que por supuestísimo, provocó, como de costumbre, sin ocultarse lo más mínimo, las risotadas a carcajada limpia, con lágrimas incluidas, de mi compañera.

Era 30 de mayo, día en el que celebramos la festividad del día de Canarias en nuestro archipiélago. Aquí, en Perú, se celebra otra fiesta, el día de la Papa.

Es muy curioso, ya que ese humilde tubérculo, al contrario que en el resto de nuestro territorio nacional, en donde es llamado patata, en nuestras islas, mantiene su nombre original.
Esto es así, porque cuando fue introducido desde Sudamérica a Europa, se hizo  a través de nuestras islas. Puede que parezca una nimiedad, pero es una cosita más, junto a otro montón de palabras y expresiones heredadas de los tiempos en los que los abuelos de casi todos los isleños canarios, emigraron a toda Sudamérica en busca de mejor fortuna, y que hacen, que las Islas Canarias, tengan esa afinidad tan especial con Sudamérica. El ejemplo más claro sin duda, es Venezuela, conocida en nuestra región, cariñosamente, como “la Octava Isla”.
Era el primer trayecto en autobús de larga distancia que hicimos en Perú, y nos gustó mucho. Lo hicimos con la compañía Cruz del Sur, junto a muchos turistas norteamericanos, y nos tocaron los asientos panorámicos del piso superior del moderno vehículo, con lo que obtuvimos unas curiosas vistas a lo largo de las cuatro horas de trayecto que transcurrieron hasta llegar a Paracas, sobre las 17:30 horas.

El autobús de Cruz del Sur, descarga sus pasajeros justo a la entrada de la carretera costera del pueblo de Paracas, en un terraplén acondicionado por el hotel Zarcillo, que desde que te bajas, te ofrece por medio de alguna de sus empleadas, “paquetes” de habitación y excursiones con actividades.

A nosotros, ni nos gustaron las habitaciones, auténticos cuchitriles, ni los excesivos precios para lo que ofrecían, 25 $ y antes de comprar una excursión, siempre nos gusta preguntar un poco por ahí, para ver sobre qué precios se trabajan.
Así que, nos pusimos las mochilas a la espalda, y salimos caminando por nuestro propio pie por la carretera. Tal y como habíamos deducido, a pocos metros de distancia, se encontraba el pequeño pueblito de pescadores de Paracas.


Vistas de la playa de El Chaco.


A los pocos minutos del paseo, un coche marca Toyota de color gris, paró a nuestro lado.
El conductor, un joven muy moreno, se presentó como Wilmar, y se ofreció, para llevarnos en su “taxi” y ayudarnos a encontrar alojamiento por 5 Soles.
Aceptamos, ya que a pesar de que el lugar no parecía tener ninguna dificultad, solo por lo que nos pedía, menos de 2 €, nos ahorrábamos el peso de las maletas.
Paramos en dos minutos, en el hotel, Brisas de la Bahía, que pedía 60 soles por la “habitación matrimonial”, como llaman aquí a la doble con cama de matrimonio, que es casi lo mismo que los 25 $  del Zarcillo. Pero, la habitación que ofrecía, era infinitamente más nueva y confortable, así que allí nos alojamos.

Wilmar, nos ofreció un lugar donde ir a comprar las excursiones para el día siguiente, la de las Islas Ballestas, y la de la Reserva Nacional de Paracas, pues como estaban en temporada baja, no estaba permitido caminar a tu aire por la zona, ni acampar, como habíamos leído que se podía hacer en verano, y es que después nos enteramos por los cuchicheos de algunos lugareños y guías, que habían ocurrido algunas desgracias en forma de violaciones (y asesinatos) de chicas jóvenes, turistas norteamericanas, que habían tenido la poca picardía de haber acampado solas o poco acompañadas. No sabemos si dichos comentarios eran verdaderos o simples “leyendas urbanas” con las que asustar a los turistas, pero el caso, es que sí es verdad que al día siguiente, no veríamos a nadie caminar “a su aire” por la zona de la reserva.

En principio, deambular a nuestro aire por allí, era una de nuestras opciones, pero como no se podía y los planes están para cambiarlos, decidimos acudir a ver lo que ofrecía nuestro amigo Wilmar, parando antes por las numerosas agencias de la zona para comparar precios.

Wilmar, pedía más o menos lo mismo que los demás tour operadores, así que le compramos a él las excursiones sin mucho regateo, aunque algo sí que nos bajó.

Como ya era casi de noche, le dijimos a nuestro amigo, que nos recomendara un restaurantito para cenar “con las tres B”. ­- ¿Con qué? – Nos preguntó extrañado - , - ¡Sí, sí, con las tres “B”, bueno, bonito y barato! – y entre risas nos acompañó justo a la calle trasera, donde había unos puestitos de comida y nos recomendó el puesto de la señora Doña Isabel para que degustásemos nuestro primer Ceviche.

En la mal iluminada plaza, antes de que se despidiese Wilmar de nosotros hasta mañana, un borrachín con pinta de indigente se cruzó con nosotros, y nos lanzó gratuitamente una retahíla de improperios: - ¡Basura turista, largaos de aquí, inmundos, asquerosos! Etc. Etc.… –
Wilmar nos sonrió, - ¡El es así! – nos dijo, mientras encogía sus hombros. - No te preocupes, borrachitos hay en todas las partes del mundo – Le contestamos.

Ceviche y Chicharrón de Marisco, acompañados de cervecita Cuzqueña, fue lo que cenamos por 39 soles antes de volvernos al hotel a descansar.
Los platos, a base de pescados y mariscos frescos, estaban simplemente deliciosos.

Fue nuestro primer Ceviche, el plato por excelencia en Perú, y en ese momento entendimos porqué gusta tanto.
Se supone que es pescado crudo, aunque en realidad está macerado en jugo de Lima, servido de varias maneras, aquí por ejemplo, nos lo pusieron con cebolla picada finamente, algo de ensalada y yuca, que le daba un toque fresco, y algo picante. Digno de su reputación, un manjar.


Las Islas Ballestas.

Vista de Islas Ballestas, aproximándonos en el bote.

A la mañana del día siguiente, nos levantamos temprano para salir en busca de desayuno antes de las 7:45 a.m., hora a la que habíamos quedado en la oficina donde Wilmar nos atendió para dirigirnos al embarcadero.


En la plaza, donde habíamos cenado la noche anterior, encontramos un puesto ambulante callejero, donde una señora servía jugos y bocadillos a varias mesitas plásticas que tenía a su alrededor. Tomamos una mesa y esperamos a que nos atendiera, pero durante casi un cuarto de hora fuimos invisibles para ella, así que cuando ya se dignó por fin a atendernos, le dijimos que ya se nos hacía tarde y nos fuimos.

Al lado de la oficina encontramos a otra señora sirviendo cafés con leche a los turistas y le preguntamos que si hacían desayunos, pero nos dijo que no le daba tiempo de prepararnos dos desayunos en los 20 minutos que nos restaban para salir…
la verdad es que no tenía a nadie más, y nos sonó a pura vagancia. - ¿Bueno, pero dos cafés con leche sí, o no? – le preguntamos. A eso sí, accedió, y nos sorprendimos de que el café, ni siquiera fuera café, sino que era nescafé instantáneo en polvo, pero algo es algo, y con eso y dos bollitos, salimos por lo menos, en dirección al embarcadero con algo en el estómago.


Bote partiendo hacia las Islas Ballestas en Playa del Chaco.


Mientras tomábamos el ligero desayuno, apareció el borrachín que nos insultó la noche anterior, y se acercó a nosotros pidiéndonos dinero.

– ¿Primero nos insultas y ahora nos pides dinero? –

Le dije socarronamente, así que se dispuso a continuar con su camino con miras en los otros turistas, pero un joven vendedor ambulante de gorros que intentaba vender su mercancía, se acercó a su lado, y con una pícara sonrisa lo llamó en voz baja con un insultito gracioso:

- ¡Roba baldes! –

Eso provocó que el borrachito se volviese de inmediato hacia el muchacho, y a voz en grito comenzara con una nueva retahíla de improperios, que hicieron que a los lugareños que por allí andaban, se les escaparan las risas.


En la entrada de la pasarela para tomar las lanchas que hacen la excursión, donde las diferentes agencias de tour operadores, amontonan desordenadamente a los extranjeros, de repente, nos decían en varios idiomas, que además de lo que habíamos pagado por la excursión, había que soltar 5 Soles más cada uno, en concepto de tasas e impuestos, de los que nadie había hablado hasta ahora, lo que provocó las protestas de muchos de los turistas que allí estábamos.
Nosotros nos sonreímos al acordarnos de los tantos y tan numerosos “pequeños timos” de Asia, y nos dijimos a nosotros mismos meneando la cabeza, que a los turistas se les toma el pelo igual en todas las partes del mundo.

Unas grandes lanchas con dos motores fuera borda, llenas hasta los topes de turistas, nos trasladaron primeramente, desde la playa, hasta la península de Paracas, a unos 15 minutos de distancia.

Grupo de Pelícanos Peruanos.

En la costa de la península de Paracas, y durante el camino, desde que se sale de la playa, donde numerosos barcos de pesca atracan, ya se pueden divisar numerosas bandadas de aves marinas, como gaviotas, y los enormes pelícanos peruanos de la zona, que volaban dibujando curiosas formaciones en el cielo grisáceo, amenazante de lluvia, que nos tocó esa mañana.

Geoglifo de El Candelabro.

Sin salir aún de las aguas costeras, se divisa un famoso geoglifo, conocido como El Candelabro, por su forma de tridente. Es una figura enorme, grabada en la montaña, que mide unos 170 metros de largo por unos 50 de ancho.

Hay muchas teorías, pero ninguna demostrable, de quién, cuándo y por qué se hizo.
Hay quién asegura incluso, que mantiene relación con las famosas líneas de Nazca, aunque hay otros que ponen en duda tal afirmación, ya que la figura en la época de la cultura Paracas, que data desde el 500 a.C. hasta el 200 d.C. esta figura era conocida con el nombre de El Cactus

Pingüinos de Humboldt.

De allí, ya se navega por mar abierto durante unos 25 minutos, hasta arribar al sistema de islotes llamados Islas Ballestas, también conocido como las “Galápagos de los pobres”.

Rocas atestadas de aves marinas.

A pesar de que la travesía fue algo aburrida hasta llegar, debido a que teníamos que ir protegiéndonos del frío y del viento, ya que la embarcación era totalmente abierta, pillamos el mar en calma, y tuvimos la suerte de ver a algún que otro león marino sumergirse cerca de nosotros y a pequeños grupitos de pingüinos de Humboldt, que flotaban tranquilamente con la vista de los islotes a lo lejos.


La aproximación a las islas, fue grandiosa.


El contraste de los colores de las rocas que van bruscamente del rojo volcánico, al verde casi fosforescente del musgo, salpicado por todas partes con los colores de las innumerables aves marinas de todas las formas, tamaños y colores, que pintan con sus blanquecinos excrementos a estas islas guaneras, unido todo esto al sonido estridente de los animales, nos dieron un gran subidón de adrenalina después de todo.

Una de las plataformas que quedan en los islotes, utilizadas para extraer el guano.

 Avistamos miles de gaviotas, cormoranes, gigantescos pelícanos, pingüinos, y lo más espectacular, a pesar de que no era la época, pequeñas colonias de leones marinos que se disputaban los mejores promontorios de las rocas para tomar el sol, todo ello a pocos metros de nuestras narices, mientras nuestra embarcación y otras muchas, se desplazaban lentamente alrededor de las islas, atravesando arcos y acercándonos a playas y cuevas atestadas de vida.


Esta visita, la recordamos con gran cariño, y nosotros la recomendamos como de las mejores que se pueden hacer en Perú.



Nos dejaron de vuelta en la playa sobre las 10:30, donde nos esperaban unos enormes pelícanos peruanos y dos avispados pescadores con unos cubitos llenos de pescado troceado, para que los turistas les diesen algo de dinero a cambio de dar de comer a los pájaros.

Una americana muy espabilada, le acepta comida al pescador, se la da a uno de los hambrientos pelícanos y acto seguido sale “huyendo”.

El pescador me pide a mí su propina…

- ¡Eh, que yo ni soy gringo ni conozco a esa tía de nada! Pero anda, dame un trozo de pescado que le voy a dar yo de comer al bicho…-


Mari, le dio una monedita que llevaba en la mano, sin mirar ni lo que era, y de repente oímos murmurar al pescador.

- ¡Solo dos Soles! –

me giré hacia él y haciendo gesto de quitarle la moneda, le contesté:

-¡Oye! Si no los quieres porque te parece poco, me los das y hago como la americana…

- ¡No, no, no, está bien…!

Solo nos dio tiempo de darnos una duchita en el hotel y volver a la placita a buscar desayuno en un pequeño bar de la zona, ya que raro, pero apareció puntual el microbús que nos llevaría a la próxima visita.


La Reserva Nacional de Paracas.


Nos quedó muchísima pena no poder dedicarnos a pasear la zona tranquilamente a nuestro aire por la prohibición que antes mencionamos, de todos modos, esta visita guiada no estuvo nada mal.

El microbús, nos hizo un pequeño circuito de unas cuantas horas, por los sitios más emblemáticos de este desértico paraje que se encuentra dentro de la península de Paracas.


La primera parada la hicimos en el Centro de Visitantes, donde nos proyectaron un vídeo dedicado a la zona, y después de un paseo por el pequeño museo, Marijose y yo, nos salimos a dar un paseo por un sendero que hay detrás del edificio, que conduce hasta un mirador donde observar flamencos y otras aves.

Ofrendas a la Paccha Mama en los caminos de tierra de la reserva.

De allí, nuestro autobús, nos condujo por unas carreteras de tierra y sal, hasta un mirador desde el que se aprecian unas fabulosas playas y unos Roques. Uno de ellos es muy famoso aquí, tiene como  nombre, el de La Catedral.

Panorámica del roque de La Catedral.
Por lo visto, este Roque, estaba unido a tierra por un arco de roca, pero durante el terremoto de 2007 que afectó gravemente a la localidad de Pisco, éste quebró. Algo parecido a lo que nos pasó hace unos años en Canarias con el famoso Roque del Dedo de Dios, en Agaete, Gran Canaria.


De allí, nos dirigimos a un pequeño pueblo de pescadores, Lagunillas, parando por el camino en algunas curiosas playas de arena volcánica de colores rojizos.


En Lagunillas, almorzamos en uno de los varios restaurantes de pescado fresco que hay, como no, Ceviche y tiraditos de Pejerrey, que básicamente es la misma cosa que el Ceviche, aunque ellos digan que se prepara diferente y que es otro tipo de pez el que se utiliza, el sabor es idéntico. Sabrosísimo, eso sí, y es que como isleños que somos, sabemos apreciar el buen sabor de cuando el pescadito es de playa y bien fresco.


Al regresar de la excursión, nos dejaron en la oficina de nuestro amigo Wilmar y su simpático socio, con los que empezamos a informarnos y a negociar sobre nuestros próximos destinos.


De entrada nos pidieron un dineral, pero cuando sacamos nuestra calculadora y vieron nuestra cara de asombro se descolgaron con otra oferta más asequible. Aún así, les dijimos que era demasiado, que preferíamos llegar por nuestros medios y ver precios sobre la marcha. Cuando nos colocábamos la mochila para irnos, entonces ya sí que nos dieron un precio muy bueno y lo aceptamos, aunque con muchas reticencias, pues con la experiencia que habíamos adquirido en este tipo de viajes, sabíamos que no ver el alojamiento antes de pagarlo, siempre es un riesgo que normalmente sale mal.


También estuvimos hablando sobre los vuelos de Nazca, y las noticias que nos dieron no nos gustaron en absoluto.
En dos años, habían aumentado los precios del vuelo de media hora, desde los 50$ hasta los 90$, eso, con las tasas aeroportuarias por cada uno aparte, ya que por lo visto, el gobierno había metido mano, desmantelando las compañías de dudosa calidad, dejando sólo operativas a las 3 mejores compañías. Ellos mismos, en confianza, nos recomendaron que con ese “dineral”, nos fuésemos a Arequipa e hiciéramos cualquier otra cosa. Lo pensaríamos.


Si quieres ver éstas y más fotos de nuestra visita a Paracas, aquí abajo:

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