miércoles, 5 de septiembre de 2012

Huacachina.


Wilmar, nos explicó que aún hoy mismo podríamos llegar hasta Huacachina, que fue el lugar que habíamos elegido para nuestra próxima parada.


Para ello, él nos tendría que alcanzar en su coche hasta la carretera Panamericana, esperar el bus de línea Sonyú, llegar hasta la estación de autobuses de Ica y con el dinero que habíamos pactado con él, alguien nos esperaría para alcanzarnos hasta nuestro hotel, justo en pleno oasis de Huacachina.

Wilmar, nos trasladó en su Toyota hasta un terraplén al lado de la carretera Panamericana, donde esperamos a que pasara el bus de línea. Pensábamos darle una buena propina, pero nos salió con que teníamos que pagarle 20 Soles por el traslado hasta aquí, así que eso fue lo que le dimos y quedamos igual de contentos.


Entonces apareció el modesto autobús de la compañía Sonyú, al que hicimos señales.


Este venía tan deprisa que al salirse de la parte asfaltada de la carretera para recogernos, casi vuelca.
El pasaje por el trayecto a Ica desde allí, nos costó 5 Soles cada uno, y el mismo fue de unos 40 minutos de duración.

Al llegar a Ica, no había nadie esperando por nosotros, así que nos asomamos a la puerta de la estación y nos topamos con una ciudad caótica, repleta de moto-taxis amarillos correteando en todas las direcciones.
 Los moto-taxis, son exactamente el mismo tipo de vehículo que los tucktucks que ya habíamos usado antes en Asia.

Lamentablemente, las dunas están repletas de basura.





Cuando ya nos disponíamos a ir hasta el Oasis por nuestros propios medios, se nos acercó una chica bajita muy mona (o eso creía ella), vestida con unas botas camperas de color rojo, minifalda y camisa de leopardo, con lo que atraía las indeseables miradas y comentarios soeces de todos los hombres de las cercanías, pero ella parecía estar encantada con la situación. Después de cruzar con nosotros la pequeña conversación típica de que le encantaría conocer España algún día, se nos presentó como la persona encargada de nuestra movilidad, y nos consiguió, llamando por su celular, un diminuto coche negro, en el que apenas cabíamos, que en unos diez o quince minutos, nos trasladó hasta una agencia, a pocos metros del que sería nuestro hotel, en el Oasis de Huacachina.





Nuestro hotel, se llamaba Carola del Sur, y daba pena verlo. Es ideal si eres un veinteañero fumador de porros y tienes alma de rastafari aunque seas de descendencia adinerada, pero este justamente, no es nuestro perfil, y fue aquí, donde empezamos a sentirnos algo mayores para este tipo de viajes, sentimiento que se repetiría una y otra vez a lo largo de toda esta ruta.

Como ya estaba anocheciendo, y somos muy adaptables, decidimos quedarnos allí a pasar la noche y ya veríamos que pasaría mañana.
Dejamos nuestras mochilas en la sucia y cutre habitación no sin recelos, pues si alguien querría, lo tendría muy fácil para entrar, pues a la habitación, hasta le faltaba una de las ventanas que daban al cuarto de baño, y salimos a la calle en busca de algún restaurante en busca de cena.


Nos percatamos de que las habitaciones cercanas a las nuestras, estaban abarrotadas de jóvenes rastafaris, que fumaban y escuchaban su música a todo volumen, por lo que pensábamos que no dormiríamos esa noche, pero estábamos equivocados, ya que estábamos tan rendidos del día de hoy, que cuando volvimos de cenar, según nos tumbamos en la cama, nos quedamos “groguis”, y eso a pesar de que el nutrido grupo de chicos de raza negra, con sus peinados a lo rastafari, fumaban y escuchaban música en su “loro” a pilas, había aumentado.

Nuestra habitación en el hotel Carola del Sur.
 
A la mañana del día siguiente, nos despertamos muy temprano, sobre las 6:30 ya estábamos en pié, así que después de la ducha matutina correspondiente, salimos a la calle, en busca de desayuno.
Nos fue imposible localizar ningún local operativo a esa hora de la mañana alrededor de la laguna. Allí, se da por supuestísimo, que a esa hora, la bendita juventud de la zona, estará durmiendo “la mona” después de una alocada noche, y es que, de lo se trata en ese lugar, es de ir de locales y discotecas, y si eres turista, te van a estar invitando una y otra vez los jóvenes empleados locales y extranjeros, que te van asaltando en idioma “spanglish”, mientras paseas alrededor de la laguna.

Con hambre, pero sin nada que hacer hasta una hora y media después para poder desayunar, según nos dijo una chica que barría la terraza de un restaurante típicamente británico de una de las esquinas de la laguna, decidimos, matar el tiempo, subiéndonos a lo alto de la duna que hay detrás de nuestro hotel, en busca de una panorámica buena de la zona, que fotografiar.

Panorámica de lo que hay detrás del Oasis de Huacachina, desde lo alto de una duna.

La subida a lo alto de la duna, fue una ardua tarea. Desde abajo, no parece tan alta y empinada, pero la arena que te entierra los pies a cada paso, hace que en pocos minutos, tengas la lengua fuera.
Nos hace falta fijarse mucho para entender, que el prototipo medio de turista aquí, no es nada cuidadoso con el medio ambiente. Reuniones en plena noche para beber alcohol en numerosos puntos de las dunas, quedan reflejados por la cantidad de bolsas plásticas, botellas vacías y demás desechos que originan los botellones, y es una verdadera lástima, pues al coronar la duna, descubrimos un auténtico desierto de arena blanca que se alejaba de la vista en todas las direcciones, repleto de enormes dunas que rodean al diminuto Oasis de Huacachina con su laguna verde.
Por un momento, salvando las distancias, nos vino a la cabeza el mismísimo Sáhara, en el que anduvimos a lomos de camello hace unos pocos años, en Douz, la puerta del desierto en Túnez.
 Este desierto, tiene un bonito panorama para la vista, pero lamentablemente, está totalmente estropeado por el ambiente cutre del turismo barato que se ha instaurado en la zona, así que para disfrutar del él, hay que abstraerse un poco y centrarse en lo meramente paisajístico.


Una vez volvimos de la duna, por fin conseguimos desayunar en el restaurante de nuestro propio hotel, donde nos pusimos a cavilar qué hacer, pues éste lugar no ofrecía mucho más para nosotros dos, a parte de la excursión que teníamos pactada desde ayer en la agencia a las que nos condujo nuestro transporte, en los camiones tubulares o los “areneros”, para recorrer el desierto y sus dunas durante poco menos de dos horas.


El encargado de la recepción, se desperezaba junto a unos jóvenes turistas israelitas, (mayoría aquí) y hacia él nos dirigimos.



Le consultamos varias cosas, entre ellas, los vuelos sobre las líneas de Nazca, y nos volvió a decir lo mismo que ya nos habían dicho en Paracas, que el gobierno solo había dejado funcionando tres compañías, pues habían sucedido muchos accidentes, y que éstas, al tener que hacer frente a toda la demanda, habían subido mucho los precios.

Él mismo nos llamó por teléfono a varias agencias, y lo más barato que conseguía, era de unos 90 € cada uno al cambio.



 



Así que después de meditarlo un poco, como tampoco era algo que nos llamara mucho la atención, no queremos decir ni mucho menos que no valga la pena, probablemente un lugar tan famoso lo sea por algo, pero nosotros ese día, definitivamente decidimos saltarnos esa parada y aprovechar ese tiempo más adelante en otra cosa.




 

Arreglamos en la misma recepción pasajes de bus-cama para irnos desde Ica hasta Arequipa, nuestra siguiente parada, a las 18:30 y nos volvimos a la habitación, para dejar preparadas las mochilas y darnos otra ducha, pues de la excursión a lo alto de la duna, teníamos arena hasta en los conductos auditivos.

 Sobre las 11 de la mañana, tomamos el buggy “arenero” que nos esperaba a unos metros de nuestro hotel, junto a otra pareja de jóvenes suizos, que no es que fueran de lo más sociable que nos hemos tropezado en el mundo, y eso que nosotros pusimos de nuestra parte.

El muy moreno conductor, un “puretilla” como llamamos los canarios a las personas “veteranas”, sí que hizo buenas migas con Marijose y conmigo, ventajas del idioma, y eso fue, porque cuando intentaba explicarnos algunas curiosidades acerca de su vehículo, yo lo ayudaba trasladando sus explicaciones al inglés para que nuestros compañeros las entendiesen, como una de ellas, en las que nos comentaba que el motor era de marca Chebrolet, y yo le añadía una coletilla, como que esa marca era un “cacharro”, que como un buen Mercedes-Benz nada de nada…Nos reímos un buen rato con el señor, que a partir de ahí, se la pasó bromeando con nosotros todo el tiempo.
   

De lo que sí estábamos advertidos y con razón, es de lo temerarios que son los conductores de los “areneros”, Marijose pasó un mal rato, gritando a cada salto que dábamos de duna en duna a toda velocidad. Es una buena forma de descargar adrenalina.


También intentamos practicar el famoso Sandboard de la zona.
Yo estaba seguro de poder hacerlo más o menos bien, ya que hace unos años había aprendido a esquiar en los Pirineos, practicando tanto en las montañas de Aragón como en Andorra, pero no contaba con que la arena no es igual que la nieve y que un par de años sin practicar se notan, por lo que lo único que hice cuando me lancé, fue revolcarme en la arena. Todavía hoy, creo que tengo arena de ese desierto en alguna parte.

La anécdota aquí, fue que en una de las paradas para lanzarnos con la tabla, el camión no arrancaba, por lo que tuvimos que ponernos todos a empujar el "cacharro" hasta la arista de la duna, con la dificultad que conlleva la arena y las carcajadas provocadas por la situación, para que nuestro conductor pudiese arrancarlo en cambio.
Fue un momento muy divertido, en el que una vez más tragamos arena por todos lados.








Las vistas del desierto una vez nos hubimos adentrado en él, abordo del “arenero”, bien nos merecieron la pena, pero poco más.


Sobre las 13:00, nos devolvieron al Oasis, y después de convencer al chico de la recepción para que nos dejara una habitación de cortesía para una nueva ducha, lo que tocó fue pasear por los alrededores, almorzar en uno de los restaurantes, y aburrirnos bastante, viendo a los jóvenes bañarse en las no recomendables aguas de la laguna y a otros que con sus tablas de sandboard, se lanzaban alocadamente por las dunas colindantes hasta que una chica chocó con otra que cayó mal y la tuvieron que sacar de allí en camilla…





Sobre las 17:00 ya estábamos tostados por el sol y el aburrimiento, por lo que decidimos ponernos en marcha. Fuimos a por nuestras mochilas y paramos el primer mini taxi que vimos, necociamos y por 5 Soles (el precio normal) nos llevó hasta la misma estación de buses a la que ayer habíamos llegado.









Por el camino, nos reímos un buen rato con el taxista, que se enfurecía cada vez más con los centenares de tucktucks que se cruzaban como locos por todos lados, mientras él les gritaba. Al ver que nos desternillábamos de la risa, se explicaba con su simpática entonación:

- ¡Es que están por todas partes, parecen pulgas! -





En la estación de buses de Cruz del Sur, donde como en todas las estaciones de aquí, hay que pagar un impuesto “revolucionario”, antes de poderte subir al bus o acceder al baño (es poco, pero es de chiste), nos encontramos con un señor, moreno, algo mayor, calvo y con bigote blanco, con el que habíamos coincidido y cruzado algunas palabras en Paracas. Viajaba con su mujer, y su hijo pequeño.
Pasamos el aburrido tránsito de la espera, charlando un rato, preguntándonos las tonterías típicas, que si de dónde eres, que hacia dónde vas, etc.
Según ellos, eran norteamericanos de California, pero viendo sus aspectos, y sobre todo su dominio del idioma español latino, era difícil de creer, sobre todo el niño, que jugaba y hablaba con otros niños peruanos, hasta con su mismo tono y acento. Particularmente, la adaptabilidad de los niños, cuando se les ha dado una “cultura viajera”, es algo que siempre nos ha maravillado.


Como esperábamos, después de la experiencia previa con la compañía Cruz del Sur, el vehículo era comodísimo.
A decir verdad, creo que fue la primera vez en mi vida que pude dormir cómodamente en un autobús, y llegamos a Arequipa por la mañana bien descansados. Eso sí,  nunca será lo mismo que dormir en una buena cama.

Para ver éstas y más fotografías nuestras de Huacachina, aquí abajo:

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