martes, 16 de octubre de 2012

El Machu Picchu.

Estando ya acostados, nos tocaron a la puerta. Al asomarnos a ver quien era, nos topamos con un bajito señor tan sonriente, que mostraba orgulloso sus piezas dentales de oro.


Se nos presentó como nuestro guía para mañana.
Ni nos acordábamos que en el precio que nos había ofrecido el señor Dante en Cuzco por las cosas que le habíamos comprado para llegar hasta aquí, nos había incluido un guía para unas dos horas para darnos las explicaciones pertinentes dentro del recinto del Machu Picchu.

  








Bueno, pues mejor que mejor, pero le explicamos a este señor, que nuestra idea era subir temprano para ver el amanecer desde allí. A él le pareció bien, y nos comentó que podríamos entrar y pasear por nuestra cuenta desde las 6:00 de la mañana, pero que si además estábamos interesados en saber bien qué es lo que veríamos, quedaríamos en la puerta de entrada a las 8:30.
Por nosotros, fabuloso.







También le comentamos el tema de la entrada al Huayna Picchu, a lo que nos contestó, que realmente, la subida al Huayna, se había puesto últimamente de moda, pero que en realidad, no ofrecía mejores vistas al Machu Picchu que otras ubicaciones estratégicas del recinto, donde además, no tendríamos que pagar entrada, pero que si aun así queríamos subir, él mismo nos acompañaría a la puerta de acceso a la montaña, y negociaríamos directamente con los controladores de la entrada…entonces sacó un pequeño plano, y señalándonos con el dedo, nos indicó donde deberíamos ir para conseguir las mejores fotografías.
La noche se nos hizo un poco corta. El despertador nos levantó a las 5:30 de la mañana y a las 6:00 ya estábamos tomando el desayuno, donde el somnoliento recepcionista que anoche nos pedía disculpas por no haber podido acudir a la estación de tren a buscarnos nos atendió, proporcionándonos el típico matecito de coca, con pan, mantequilla y mermelada, que conforman el desayuno típico en todo Perú.

Después tomar el desayuno, salimos en busca de los autobuses para subir al Machu Picchu, a solo unos pasos de nuestro hotelito. En una curva, al lado de un puente con railes para los trenes, una fila de pequeños autobuses hacía cola. Hasta que el primero de los autobuses, no cargaba pasajeros hasta completar su cupo, no partía, entonces el siguiente avanzaba ocupando el puesto de su predecesor, y repetía la operación. Mi “deformación profesional” observó este sistema rústico, pero rápido y efectivo, y me provocó una sonrisa burlona al recordarme como en nuestra casa, usamos ese mismo método cuando hay aglomeraciones de gente, como por ejemplo, en las festividades de carnavales, o de la Virgen de Candelaria.



Mientras ascendíamos abordo del microbús, comenzaba a amanecer, y a los lados de la carretera, comenzamos a observar las típicas formaciones de verdes montañas, salpicadas de nubes y nieblas, que nos recordaron a las imágenes que todos hemos visto tantas y tantas veces en televisión cuando se habla de esta parte del mundo, haciéndonos sentir el correspondiente “subidón” de alegría:

- ¡Pedro, no te pongas eufórico! -
 por milésima vez me repetía Marijose, burlándose de la expresión sonriente de mi cara.



El bus, se detuvo y nos dejó a solo unos pocos metros de distancia de la entrada de acceso al Machu Picchu, donde el mismo “tinglado” de siempre, montado para el turista en cualquier parte del mundo, te aguarda antes de acceder a cualquier atracción o punto de interés, lo que hace disminuir bastante las expectativas que trae uno consigo de lo que vas a encontrar en ese sitio. Cuando esto me sucede, se me escapa mi “frasecita”, la que si habéis seguido el blog en anteriores viajes, como en el del sudeste asiático, me habréis oído exclamar lacónicamente en algún vídeo unas cuantas veces:
-¡Ya no quedan caminos vírgenes en el mundo, todo está más que “trillado”!-
Dicho esto, aunque no lo crean, creemos que esta entrada está estratégicamente bien colocada, pues es un genial golpe de efecto para lo que a continuación nos espera dentro.

Charlando tranquilamente meses después, en casa, acerca de nuestras sensaciones, Mari y yo, hemos llegado a la conclusión de que solamente en otro lugar del mundo hemos experimentado el mismo sentimiento que aquí nos brindó este enclave, en el Buda de Leshan, en las proximidades de Chengdú, China.
Tanto en aquella ocasión, como aquí, en el Machu Picchu, lo que nos ocurrió fue exactamente lo mismo.

















Sí, habíamos visto hasta aburrirnos, en infinidad de imágenes, lo que nos íbamos a encontrar.

Nos aproximábamos a pie, caminando por unos nada atractivos senderos, que nos conducían a él, pero que no nos permitían ver lo que había detrás. Hasta que al girar una esquina, de repente, sin esperarlo, allí estaba, ante nuestros ojos…y no había fotografía alguna, no había imagen televisiva, ni nada de nada de lo que hubiésemos visto con anterioridad, que nos pudiese prevenir de la grandiosidad, de la belleza, del magnetismo, o de lo que fuese que transmitiese aquello que estábamos contemplando. Solo un ¡¡¡WOoohhhh!!! de todo el que llegaba a dónde estábamos “clavados” con la boca abierta.

Un amigo nuestro, cuando le habíamos comentado la posibilidad de realizar este viaje, nos había dicho que no hay que morirse sin ver el Machu Picchu, y hoy en día, podemos confirmarle que es así realmente, no hay que perdérselo.


Al llegar tan temprano, tuvimos la suerte de ser de los pocos madrugadores de ese día, y pudimos recorrer por unas horas a nuestro antojo el recinto, disfrutando de ese contraste de colores tan singular, que van desde el verde de la hierba, al grisáceo de las rocas, fotografiando cada rincón, cada panorámica, cada esquina, cada piedra…hasta que a media mañana, aparecieron las hordas de turistas normales en un sitio de esta embergadura.
Para los que tengan como afición la fotografía, éste también es uno de los sitios que no podrán eludir, ya que todo aquí, resulta fotogénico.












A lo largo del día de hoy, a haber llegado temprano y quedarnos hasta ultimísima hora, disfrutamos también del contraste que proporciona la simple luz del día en sus distintas horas.

Si bien, en la mañana hizo algo de frío y pudimos observar como las nieblas “corrían” avanzando de derecha a izquierda, engullendo todos los recovecos de la ciudadela de piedra hasta ocultarla por completo, para disiparse sólo unos minutos después, a medio día, el calor y la luminosidad cegadora del sol, fueron duros enemigos que combatir.

Pero al atardecer, cuando el sol no era ya tan molesto, antes de que el fresquito apareciese de nuevo, miles de pequeños pajarillos endémicos de la zona, revoloteaban como locos a nuestro alrededor, cantando y chillando en busca de insectos, dando un toque aún más mágico al lugar, si es que eso es posible, a unas horas, en las que los turistas empezaban a escasear de nuevo.










Como habíamos convenido con el guía, salimos nuevamente a la entrada y fuimos en su busca para unirnos a su grupo y recibir unas buenas explicaciones de lo que era cada lugar dentro de la ciudadela del Machu Picchu.
Algo de lo que habló nos llamó mucho la atención. Comentó como desde hacía unos cuantos años, se estaba ejecutando un “plan maestro” para contener y controlar el acceso a esta “maravilla de mundo”, pues desgraciadamente, tanto turismo la estaba estropeando rápidamente e irremediablemente.



La primera medida en tomarse, fue encarecer los precios de acceso y limitar el número diario de visitantes. Ya no se permitía a nadie hacer noche aquí, ni permanecer fuera del horario de apertura, y dentro de poco, no permitirán a nadie entrar por su cuenta al recinto, sino que lo tendrán que hacer obligatoriamente acompañados de un guía y por un tiempo limitado de no más de dos horas…Bueno, nosotros puede que entendamos las medidas de conservación, aunque puede que a veces sean demasiado restrictivas, así que antes de que eso ocurra, animamos a todo el viajero para que intente disfrutar como lo hicimos nosotros dos, de una jornada completa, dentro de esta maravilla que nos dejó en herencia el pueblo Inca.
Al despedirnos del guía, repasamos con él los sitios que nos había recomendado visitar como alternativa a subir el Huayna Picchu, y encaminamos nuestros pasos a ellos, pues después de hablar con varios muchachos que regresaban de haber realizado su ascensión, lo que nos  comentaron, no nos motivó nada de nada, todo lo contrario.
Tomamos una sección del camino Inca y caminamos más de una hora hasta llegar al templo del sol, el Intipunku, donde disfrutamos de una perspectiva espectacular y bastante alejada de la ciudadela del Machu Picchu. A la vuelta, tomamos otro sendero que nos condujo a un famoso puente Inca, bastante decepcionante, por cierto.
El resto del día, lo pasamos relajadamente, caminando y contemplado entre las ruinas. Nos tomamos el aperitivo que cargábamos en la mochila observando como una de las llamas que tienen colocadas como adorno en el centro de la plaza de la ciudadela, paría a un cachorrito y alucinábamos con la actitud familiar del resto de las llamas hacia el nuevo miembro…y cuando por fin nos decidimos, sin gana alguna, retornamos hasta la puerta del recinto para tomar el bus de regreso a Aguas Calientes, donde tendríamos que tomar el tren de las 18:15 hasta Ollataytambo, en donde supuestamente nos esperaría una movilidad (así llaman aquí a un transporte privado) para volver a Cuzco.
La anécdota a la salida, fue que Marijose, en una visita a los baños, perdió su apreciado monedero que había comprado en el Bazar egipcio de Estambul.
A parte del valor sentimental del monedero, lo de menos eran los Soles que tenía dentro, lo malo, fue que también allí, guardaba las llaves de los candados con los que habíamos trancado nuestras mochilas grandes, las que habíamos dejado en Cuzco
Haciendo tiempo para nuestro tren, nos dio tiempo de pasear unas dos horas por el horripilante pueblo de Aguas Calientes, antes de dirigirnos al mercado que hay antes de la estación de trenes. Realmente, no había nada interesante que hacer allí.
Ya a bordo del tren de la compañía PerúRail, con todo el mundo en sus asientos, después de una demora de más de media hora, comunicaron por megafonía que, por problemas técnicos, el tren no iba a salir hasta las 20:30 horas.
Inicialmente la mayoría “yanqui” y canadiense que estaba en nuestro vagón, montó un pequeño alboroto, pero rápidamente, una señorita de la compañía, lo sofocó, pidiendo en voz alta, que no se preocuparan por nada, que todas las agencias de viajes estaban siendo avisadas de la demora del tren, para que a cada cual, su movilidad los esperara en Ollataytambo.

-¡Un momento señorita!- le replicó Marijose en nuestro común idioma castellano, cosa que dejó un poco descolocada a la señorita – ¿Usted sabe cuál es mi compañía, o si por el contrario es alguien privado quién me está esperando en Ollataytambo, y lo ha avisado ya, o simplemente está usted tomándonos el pelo? ¡Demuéstreme realmente ha llamado a alguien, porque me da en la nariz que usted está mintiendo!- y comenzó una dura discusión con ella y con otros empleados que se acercaron.












Mientras Marijose discutía con los empleados del tren, los demás pasajeros permanecían atentos pero sin entender nada, claro, eran de habla sajona, hasta que una chica se me acercó y me pidió que le tradujera.
Yo le expliqué, que lo que ellos habían comunicando de que habían avisado a los tour operadores de la demora, era una mentira para tranquilizar a la gente, que por lo que Marijose estaba discutiendo, era porque acababa de descubrir, que en realidad no habían llamado a nadie, sino que ellos daban por supuesto, que las agencias esperan, y ya está.

Mientras yo conversaba con la joven, Marijose desapareció de mi vista, no se en que momento, pero ni ella, ni los empleados del tren que estaban discutiendo al lado mio, no estaban en el vagón, lo que me dejó descolocado y preocupado. Uno de los pasajeros, de los que intentaban seguir la discusión, me dijo que algo le habían dicho a Marijose y que ella muy enfadada asintió y salió con ellos…
Al cabo de un rato Marijose volvió indignada.
Me explicó que le habían ofrecido llamar a nuestro agente, en nuestro caso el señor Dante, pero que en realidad lo que habían hecho era acompañarla fuera de la estación hasta una cabina telefónica para que llamara ella misma, a lo que se les negó en rotundo - ¡Ah, no! ¡Tú has montado este lío, tú te gastas el dinero de la llamada! – y lo que hicieron entonces, fue prestarle un teléfono móvil particular para que hiciera esa llamada, pero el aparato del señor Dante, salió desconectado y solo pudo dejar un mensaje en el buzón de voz.
Camino Inca, llegando al Machu Picchu.

Cuando terminó de contarme su historia, le recriminé el haberse perdido de mi vista sin avisar, pues en su enfado, no se había dado cuenta de que estaba en un país extranjero y se había quedado sola, sin nadie que la pudiese ayudar en caso de cualquier cosa.
Enseguida se dio cuenta y reconoció su tremendo error. En realidad, había tenido suerte, pues con lo “cabritos” que estaban siendo esta gente, le podría haber pasado algo peor…
  
Total, que cuando pedimos el libro de reclamaciones, (que se ha instaurado en Perú hace poco tiempo, y que parece hacer efecto cuando lo reclamas), nos dijeron que en el tren no lo tenían, que había que ir a la estación principal a pedirlo.
– No te preocupes, vamos a estar unos días más en Cuzco, y no tenemos mucho más que hacer, no te vas a librar de una queja formal…-.








Después de todo el incidente, finalmente el tren partió a las 20:30, la hora a la que tenía que salir el tren de después del nuestro, y supusimos que lo que estaba ocurriendo, era que sobrarían plazas libres en el de las 18:15, y se esperaban hasta las 20:30 para completarlo y ahorrarse un trayecto.
Al ver que muchos de nuestros compañeros de vagón se arremolinaban a nuestro alrededor, posicionándose de nuestro lado mientras les traducíamos la discusión de Marijose con los empleados y nuestras suposiciones, algunos empleados del tren comenzaron a “hacernos la pelota”, con intención de que no les salpicaran nuestras quejas.





Uno de ellos, al servirnos un matecito “de cortesía”, nos confesó que lo que ocurría, era que una locomotora estaba averiada, por lo que a ésta, le habían acoplado vagones de más, para cubrir a otro tren, a lo que le contestamos que si su compañía, había incrementado las tarifas abusivamente hacía muy poco además, para poder justificar este incremento, como mínimo, tendría que ser para mejorar el servicio, no para mantenerlo igual o peor, por lo que si haces esto, ten la decencia de tener una locomotora de repuesto, ¿o no sería lo lógico ? Vamos, que si pagas, como cliente algún derecho tendrás...











La llegada a Ollataytambo, alrededor de las 23:00 horas, fue como nos la esperábamos, nadie estaba avisado de nada, muchas personas perdieron sus movilidades porque no los habían esperado, incluidos nosotros dos.
Los muchos “furgoneteros” allí apostados, se nos abalanzaban y nos pedían 10 Soles a cada uno por llevarnos hasta Cuzco. Les decíamos que estábamos mirando a ver si nuestra movilidad estaba por allí, pero después de un rato buscando caminando por el callejón que conducía hasta la plaza del pueblo, no encontramos a nadie preguntando por nosotros, así que desandamos lo caminado y retornamos hasta la puerta de la estación del tren.

El primer “furgonetero” que nos había ofrecido transporte, nos dio algo de conversación, y nos comentó que la “jugadita” del tren de hoy, era bastante frecuente, por lo que muchas movilidades esperan y otras no, así que ellos están por allí, para ver si les “cae” algún pasajero abandonado.
- Venga, pues vamos contigo - le dije. - Sí, si hay 40 Soles por cada uno - me contestó.
– ¡Lo único que aquí no hay, es un “fisquito” (palabra canaria que usamos para expresar poca cantidad) de vergüenza!- le replicó Marijose muy enfadada.
Eso no le gustó nada al amigo, que me miró con cara de contrariedad. Yo le devolví la misma expresión a él, y le repetí lentamente: - ¡Ni un “fisquito”!- . Se volvió, y desapareció de nuestra vista.
Un muchachito joven, que no alcanzaría la veintena de años, que también nos había estado ofreciendo sus servicios al bajarnos del tren, se acercó disimuladamente y nos dijo en voz baja, como para que los demás “furgoneteros” no lo oyeran, que nos llevaría por 20 Soles cada uno, y yo le repliqué:
-¡Pibe! Antes me dijiste que 10 y ahora como nos ves tirados, nos pides 20 ¿Pero qué es lo que pasa con ustedes? - ¡Ok, ok señor! – me contestó en voz baja, bajando la mirada, como avergonzado, y continuó: – 10 está bien, señor…-

Le di una palmada seca en la espalda y le sonreí cuando me miró sorprendido, nos devolvió la sonrisa y nos indicó cual era su furgoneta. Nos subimos a ella y esperamos a que consiguieran unos cuantos pasajeros más. Un chico sudamericano, con un acento que no supimos ubicar, acompañado por dos chicas canadienses, que bastante bebidos, decían boberías y soltaban risitas, y un matrimonio lugareño, fuimos los que partimos en esa furgoneta, rumbo a Cuzco pasada ya la media noche.

A medio camino, tuve que dar una ayudita al muchacho de la furgoneta para que cobrara el billete por el transporte a las “borrachas” canadienses, que con la excusa del idioma, intentaban tomarle el pelo cada vez que el muchacho les insistía. La tercera vez que intentó cobrar, el pobre, lo hizo contrariado, con malos modos, entonces intervine yo, diciéndoles también en mal tono y en su idioma, que lo que el muchacho les estaba pidiendo, era que pagaran su billete.
– “¡Pibe, éstas se piensan que somos bobos! -
Un cómplice guiño de ojos mientras le pagaban, le devolvió la sonrisa.












Llegamos sobre las 02:00 de la mañana a la avenida del Sol, Cuzco, y frente al Qoricancha nos dejaron, y después de un camino que se nos hizo eterno, más a mí que a Marijose, que como siempre se las ingenió para dar una cabezada, tuvimos que andar un rato en la fría noche hasta nuestro hostal.
Era sábado por la noche, y por el camino, nos tropezábamos con grupitos de jóvenes “tomados”, que salían de los pequeños locales-discotecas que encontramos repartidos por la avenida, en busca de los tentempiés que ofrecían señoras en sus puestitos ambulantes.
Imágenes que ilustran perfectamente a Aguas Calientes.


Llegamos al hostal pasadas las 02:30 y nos lo encontramos cerrado a cal y canto. Tocamos en la puerta varias veces y nadie abría, y con el cansancio y el sueño acumulados, comenzamos a perder la calma otra vez.
Después de insistir durante más de diez minutos, sacudí las rejas metálicas que nos impedían el paso, hasta que de repente, una chica gordita, con cara de haberse despertado con nuestro jaleo, abrió la puerta interior preguntando:
-¿Qué pasa, qué pasa?-
-¡Cómo que qué pasa! ¿Es que nos vas a tener toda la noche aquí al raso o qué?- le dije de muy mal humor.
– ¿Pero porqué me dice eso señor? – me contestó adormilada aún.

El mercado de Aguas Calientes.


– ¡Vamos a ver! – empecé de nuevo, intentando recuperar la calma – Tenemos una habitación reservada desde hace días para hoy…- Pues yo no tengo ninguna reserva anotada señor…- me contestó, desquiciándonos a los dos por enésima vez esa noche - ¡Mira, yo no se lo que hicieron tu compañero y el señor Dante el otro día, pero tenemos nuestras mochilas ahí dentro, déjanos pasar que vamos a llamar a Dante ahora mismo por teléfono y búscanos un sitio para dormir esta noche! –
Después de una conversación estúpida con la chica, conseguimos que nos dejara entrar, y sin “cortarnos un pelo”, a esas horas, Marijose llamó por teléfono desde la cabina de la recepción y despertó al señor Dante, para abroncarlo por toda la situación, aunque creemos que con la voz llorosa que empleó debido a los nervios y al agotamiento, puede que le diera más pena que otra cosa.
La chica, improvisó una cutre habitación, que era la única que les quedaba, para pasar la noche, y recuperamos nuestras mochilas grandes, que no pudimos abrir, al haber perdido las llaves de los candados junto con el monedero en el Machu Picchu

 
Nuestra selección de 164 fotos en el Machu Picchu:

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tu comentario: