jueves, 11 de octubre de 2012

El Valle Sagrado. Camino del Machu Picchu.

Vista del valle Urubamba desde el complejo de Pisaq.
Cuando sonó el despertador y Marijose se levantó de la cama, yo hacía horas que estaba dando paseos de la cama al baño.
No sólo no me había mejorado el asunto de las diarreas, sino parecía que la cosa iba a peor.

Al bajar a desayunar, decidí que tomaría un matecito de coca y un poco de pan, ya que a pesar de que todo lo que comiese me cayese mal, teníamos la experiencia de Marijose en Egipto, que al no querer tomar nada que la descompusiese, sufrió un desmayo en medio de la excursión por el templo de Luxor, y no era plan de que la cosa se repitiera esta vez conmigo.
Con un poco de retraso, cosa que aproveché para ir nuevamente al baño y guardar bien todo en las mochilas grandes, que se quedaban en el hostal, apareció el bus con el que nos moveríamos para hacer la excursión.

Llegados a este punto, hay que comentar, que estuvimos investigando las diferentes maneras de alcanzar el Machu Picchu desde Cuzco y descubrimos que hay muchísimas maneras de hacerlo, dependiendo de los días que quieras invertir en la zona, pero sobre todo, más que del tiempo, depende del dinero que quieras gastar.
En principio, nuestra idea era hacer alguno de esos trekkings de varios días que se ofrecen, visitando por las numerosas ruinas situadas entre los senderos Incas, hasta llegar al famoso Machu Picchu…pero nos encontramos con lo que nos pareció una aberración.

Lo que cobran las agencias (ya que la excusa es que hay que hacerlo obligatoriamente con guía, permisos, boletos y demás inventos para sacar pasta), es indecente y no vamos a comentar nada más del asunto, ya que si el poder económico de los yanquis es tan poderoso que pueden soltar alegremente entre 300 y 600 $ por cabeza, nada más que por caminar de dos a cuatro días, allá ellos. Nosotros no podemos. Así, que cuando en la conversación que habíamos mantenido con el Señor Dante, le habíamos comentado que la opción más viable para nosotros era ir en combis a nuestro aire, él nos ofreció la posibilidad de hacer la visita del Valle Sagrado, dejándonos en Ollantaytambo, para que desde allí, tomásemos el tren (aunque era igual de caro) hasta Aguas Calientes, así, por lo menos “mataríamos a dos pájaros de un tiro”, y aunque al final, el asunto costase también “un pico”, nos haría un descuentito por no hacer la excursión completa y por lo menos, evitábamos el “atropello” al que se han acostumbrado en esa parte del mundo. Por lo menos, al nivel de turismo, eso que se comenta en todo el Perú, de que Cuzco, es con diferencia (salvando Lima, claro, que está casi a precio europeo, porque el nivel de lo que ofrece también lo está), el lugar más caro de todo el país, pues la excusa del Machu Picchu, es su gran aliada, es cierto.
En el bus había alguna pareja con la que habíamos coincidido ayer en la visita por los alrededores de Cuzco, que nos saludaron animadamente. Antes de abandonar la ciudad, el conductor, se detuvo un buen rato enfrente de la iglesia de Santo Domingo (el Qoricancha), la guía que nos acompañaba ese día, nos explicó que estábamos esperando a una mujer que llegaba tarde…
cuando la vimos aparecer, las parejas con las que habíamos coincidido ayer, comenzaron un pequeño alboroto de protestas hacia la guía, evidentemente, también la señora que comenzaba la jornada de hoy haciéndonos perder tiempo a todos, era la misma “tardona” de ayer.
Cuando la señora subió al autobús y se encontró con caras conocidas dando quejas de ella, su cara pasó de ser morena oscura a color rojo tomate, esbozando una forzada sonrisa, se dirigió a un asiento libre, cercano a donde su marido y su “niñito”, que también habían llegado tarde, acababan de sentarse. Entonces, observé a Marijose guiñarme el ojo, y con muy “mala idea”, pero empleando un todo dulce, cuando pasó a nuestro lado, le dijo en voz lo suficientemente alta como para que todos oyeran:

- ¡Mira a ver si hoy también vamos a perdernos cosas que ver por tus tardanzas, que ayer no hubo ni una sola vez en la que no nos retrasas. Acuérdate de que Pukapukara lo vimos de noche por tu causa! –

Vendedoras de artesanía en el mirador Taray.
Eso dio pié a que los demás, que empezaron airadamente a decirle cosas, mientras que ella no hacía sino forzar la sonrisa y pedir disculpas.
Yo miraba perplejo a Marijose, que maquiavélicamente, me esbozaba una disimulada sonrisita perversa…
La primera parada del camino, se hizo en un mercadillo que encontramos en plena carretera, que a pesar de ser lo típico preparado para los turistas, tenemos que reconocer, que nos gustó bastante.

 Al contrario de otros mercadillos que hemos visto por el mundo, aquí, nos podíamos comunicar, regatear y bromear, perfectamente con las señoras del lugar, y como suele pasar cuando juegas con fuego y te quemas, cuando bromeas con los vendedores de los mercadillos, expertos colocadores de mercancía inútil, algunas cositas que no quieres te van a endosar, como por ejemplo, mi chullo, que a fin de cuentas y después de todo, con el frio que pasamos ésos y los días venideros, lo usé más de lo que en un principio pude imaginar.

Antes de pasar por pequeño pueblo de Pisaq, hicimos otra breve parada en el mirador Taray, para que observásemos el paisaje que ofrece el valle Urubamba, donde hasta las típicas vendedoras de artesanía local, parecían estar más ensimismadas observando del valle que en intentar vendernos algo a nosotros.
Después de cruzar la pequeña población, donde desde el autobús, observamos imágenes muy curiosas, como por ejemplo a señoras ataviadas con vestimentas casi folclóricas dirigiendo el tráfico, llegábaos por fin, a uno de los platos fuertes del día, La fortaleza de Pisaq.

Era el segundo en dos días consecutivos, de los lugares que añorábamos visitar desde que lo veíamos tumbados en el sofá de casa por televisión, en nuestro programa favorito de viajes.
  La ciudadela Inca de Pisaq.

Las ruinas Incas de la ciudadela de Pisaq, se encuentran en lo más alto de la cima de una montaña, desde donde se puede observar una bonita panorámica del valle. Para acceder hasta ellas, el microbús, nos dejó en la carretera, donde como no, la comitiva de vendedores ambulantes ya estaba esperándonos para darnos un poco “la brasa” antes incluso de que nos bajáramos.

Bancales de cultivo de Pisaq.

Al caminar aquí, también nos pasó algo de factura la altitud, que se nota bastante al intentar respirar mientras caminas por el empinado sendero que lleva a lo más alto de las ruinas.
La parte más famosa y nombrada de este emplazamiento, son los bancales de cultivo Incas, que flanquean descendiendo la montaña, a los lados de la ciudadela.









Según nuestra guía, los Incas habían dado forma a estas terrazas, para que imitaran la cabeza de un ave, un halcón o similar, ya que según ella, Pisaq, provenía de una palabra de la lengua Inca, que significaba ave o algo así.

La verdad es que después de indicártelo, puedes ver la forma de la cabeza del aguilucho, pero no mucho más que cuando los chinos o los vietnamitas, por dar otro ejemplo, daban parecidos más que dudosos a las formas de sus rocas o de sus montañas, del tipo aquella formación es el colmillo o la espalda de un dragón…etc.

Fue allí, donde oímos la explicación entusiasta de una chica peruana que venía con nosotros en el grupo a la guía, en la que afirmaba, que los Incas deberían haber sido Marcianos, pues, siempre según ella, era imposible que en aquella época, nadie hubiese sido capaz de construir algo tan grande como el Machu Picchu de la forma en la que se hizo…
A nosotros nos dio la risa y a partir de ahí, cuando veíamos alguna chorrada que nos llamaba la atención, la atribuíamos a los marcianos…Nuestra opinión, es un poco bruta, pero creemos que está bien enorgullecerse de las cosas que o bien hicieron tus antepasados o simplemente están en el lugar que hoy tu ocupas en el mundo, pero no se puede decir nunca que lo tuyo es lo mejor o lo más grandioso.
A esa chica, le diríamos, que sin menospreciar un ápice la grandeza y riqueza de la cultura Inca, para nosotros dos, profanos en la materia, pero que sí hemos oído hablar de algunas culturas diferentes de otros lugares del planeta, es una cultura de una época relativamente moderna, justo anterior a que llegaran los invasores españoles, y que miles de años atrás, estaban por dar un pequeño ejemplo, las culturas Mayas en México y Guatemala, o las Angkorianas, de las que vimos una minucia en Camboya, o la Egipcia, cuyo legado y grandeza de sus construcciones eran, por decirlo suave, indiscutiblemente más sofisticadas que éstas, ¿De qué planeta vinieron esos tíos entonces?
Agujeros en la montaña, un cementerio Inca.

A parte de las terrazas de cultivo y de las ruinas de la ciudadela, se pueden observar al otro lado del valle, cómo la montaña, está repleta de agujeros excavados por el hombre, que son parte de un enorme cementerio Inca, similares a las “Colcas”, que habíamos visto días atrás, caminando por el cañón del Colca.
  
La anécdota aquí, fue a que Marijose, le entraron ganas de ir al baño antes de irnos, y éste estaba situado no muy cerca que digamos de donde estaba el autobús esperándonos.
Yo había hablado con la guía y le había dicho que se fuera llevando al grupo, que cuando Marijose volviese, nos dirigiríamos directamente al bus, y así lo hizo.


Mari tardó un buen ratito, pues aparte de la lejanía de los baños, la cola en el de mujeres es siempre la misma en todas partes, por lo que cuando regresó a mi lado, hacía por lo menos 15 minutos que se habían ido todos, así que aligeramos el paso.

En la distancia, divisamos a la familia “tardona” que, como no, iban bastante retrasados del resto del grupo.

Yo me volví hacia Marijose y le propuse apretar el paso para intentar darles alcance y no ser nosotros los últimos, así no les daríamos la excusa para que pudeiran decir que no siempre llegaban tarde.
Como dos “niños malos”, con una sonrisa en la boca, aceleramos el ritmo a pesar de la falta de oxígeno que nos estaba matando.
Salida (o entrada) a Pisaq.
Lo mismo tendrían que estar pensando ellos, pues, cuando se dieron cuenta de que estábamos alcanzándolos, aceleraron ellos también su ritmo. De vez en cuando la acalorada y sudorosa “tardona” se volvía para controlar a que distancia estábamos de ellos, y cada vez que lo hacía y nos veía más cerca, intentaba aumentar sin éxito la velocidad de la marcha…Era una situación desternillante, Marijose y yo, los alcanzábamos conteniendo sin mucho éxito la risa, y cuando por fin los adelantamos, a tan solo un centenar de metros del autobús, le dije (para que nos oyeran) poniendo mi cara de pillastre:

- ¿Pero es que estos tíos siempre llegan los últimos o qué? –

Mari, que venía algo sudorosa por el esfuerzo, ya no pudo contener más las carcajadas, a pesar de que estaba justo al lado de la señora, que le respondió con una sonrisita, mientras su “bebé de 12 años” se quejaba:

- ¡jó má! Ya somos los últimos… - y su marido les decía: - ¡Ya está, no pasa nada, el autobús está ahí mismo! – Lo que hizo que ya tampoco yo pudiese disimular las risas.
La siguiente parada, fue en el restaurante donde almorzamos. El típico de las paradas de los autobuses turísticos, tipo buffet.
A pesar de que de momento estaba aguantando bien, yo seguía con mis problemas estomacales, y los retortijones que de vez en cuando sufría, no me aconsejaban comer como normalmente lo hago, es decir, como un “muerto de hambre”, así que mientras Mari no se privó ni del postre, yo me contenté con un poquito de arroz y una migaja de pollo.

Nuestro último vistazo a la fortaleza de Pisaq.

En la mesa al lado de la nuestra, un joven mochilero peruano, de unos 25 a 30 años de edad, se quejaba amargamente de su visita de ayer al Machu Picchu. Por lo visto, le había llovido casi toda la mañana, y además, había subido la montaña que está justo detrás, el Huayna Picchu, temprano, con una niebla que no le dejó ver nada y con una persistente lluvia que le hizo muy peligroso el descenso. - ¡Esperemos tener mejor suerte que este pobre! - nos deseamos algo preocupados con la noticia.
Después del almuerzo y una vez subidos nuevamente en el autobús, el grupo, puso rumbo a nuestra próxima parada, OllantayTambo.
Las ruinas de OllantayTambo.

Mari entrando a las ruinas de Ollantaytambo.
 El autobús, nos dejó a las puertas de un mercadillo que tienen los lugareños a la entrada de las ruinas de Ollantaytambo. Hacía un frío considerable y el suelo estaba algo embarrado y con charcos, señal inequívoca de que como había dicho aquel chico durante el almuerzo, en esta zona había llovido bastante, y ciertamente, el tiempo, con chispas de agua en la atmósfera amenazaba, pero la preocupación nos duró poco, al contemplar las espectaculares terrazas de piedra Inca que se alzaban imponentes ante nosotros.


Subiendo la dura y empinada escalera de las terrazas, se pueden contemplar numerosos templos en lo alto de esta misma montaña y en las de alrededor, así como numerosos ejemplos de cómo tallaban y “casaban” los Incas sus bloques de piedra usados en sus construcciones.




















Después de la visita y las explicaciones de la guía, aquí, nos despedimos del grupo que continuaba haciendo un par de paradas más en el de camino de regreso a Cuzco.
Nosotros, como habíamos convenido, nos quedaríamos paseando por este pintoresco pueblo de Ollantaytambo, hasta dentro de unas tres horas, que deberíamos estar en la estación de trenes, para tomar el nuestro, rumbo a Aguas Calientes. 
Calles del pueblo de Ollantaytambo.
  
El pueblo de Ollantaytambo, es realmente encantador, estrechos callejones adoquinados, con canales donde corre abundante agua y casas de estilo colonial, que al igual que en Cuzco, están asentadas, sobre las estructuras originales de piedra Inca.


 La plaza central, está enteramente dedicada el turismo, y es donde se aprecia el daño que éste hace en los lugares más entrañables del mundo.
Después de pasear a nuestro antojo los numerosos callejones y sus recovecos, mi estómago comenzó a quejarse insistentemente, por lo que decidimos volver a la plaza, para hacer tiempo, y buscar un café donde yo pudiese dar rienda suelta a mis necesidades fisiológicas. 

Por el camino, nos tropezamos con una imagen que uno no quisiera ver nunca, la de unos niños de no más de ocho años, esnifando pegamento, y a pesar de la amargura y del disgusto que se llevó Marijose con este asunto, nosotros aquí no éramos sino dos simples turistas, y nuestra “misión”, no es sino ver.
Cierto es que cuando hemos hecho turismo organizado, normalmente uno lo que ve y con lo que se queda, son simplemente con las cosas buenas, bonitas y famosas del lugar que visitas, pero las veces que hemos viajado al estilo de lo que somos, a lo pobre, con una mochila a la espalda, también puedes apreciar muchas otras realidades, que de la otra forma pasan bastante inadvertidas.
Ya en la plaza, entramos y pedimos unos matecitos de coca en un pequeño bar que estaba vacío, en el que nos atendió una señora con inconfundible aspecto indígena. Mi estómago estaba dando demasiadas molestias, pero cuando entré en el baño me di cuenta de que la puerta tenía una ventana translúcida, con lo que se veía desde fuera todo lo que hacías allí…así que decidí salir  en busca de unos baños públicos de los que habla la guía en una de las esquinas de la plaza.


Los baños públicos en cuestión, no eran sino una tienda de chorraditas para turistas, en la que había dos vendedoras enfrascadas en sus conversaciones. Al lado de ellas, una puerta que debería ser el baño, y de hecho, una de las dos estaba sentada justo delante.
Entré dubitativo y les pregunté si era aquel el baño público, ya que en la propia puerta había un cartel anunciándolo.
Una de ellas asintió y me pidió dos Soles por usarlo.






Cuando la otra chica rodó su silla (sin levantarse de ella) para abrir la puerta del minúsculo baño de uno por un metros, al entrar, además del tufo, me encontré con un esperpéntico montón de papeles usados que llegaban a la altura del retrete, y para colmo de los despropósitos, las chicas no se apartaban ni un milímetro de allí, sino que continuaban su conversación como si yo fuese invisible.
-¡Devuélveme mis dos soles!- le espeté de muy malas maneras a la chica del mostrador -¡Ya que cobras por usar tu baño, por lo menos mantenlo limpio! ¡Menuda guarrada! – y tomando de peores maneras el dinero que las boquiabiertas muchachas me devolvían, me volví al bar donde Marijose, me vio entrar refunfuñando, derechito al baño, donde me dio igual quién me viese a través del cristal, era eso, o hacérmelo encima.
Cuando salí, aliviado pero no del todo, pues el estómago seguía dando vueltas, Marijose, se burlaba socarronamente de mí, y me decía que cuando había entrado en el baño, había entrado una familia en el bar, compuesta por un marido, mujer y dos hijas, preguntando por el baño, pues seguramente estaban todos igual de mal que yo, pero que me les había adelantado por unos segundos al entrar al baño.

Efectivamente, a los pocos segundos, una chica, que estaba sentada fuera con su familia, corrió y entró en el baño. - ¡Buff, pues no creo que le huela bonito ahora mismo!- le dije a Mari que se desternillaba de risa.
Asomándome un poco, pude constatar que era evidente lo que había pensado desde el principio, que desde fuera, se veía perfectamente la silueta del que estaba dentro, con lo que la humillación era completa, ya que no era nada difícil saber si eran “aguas menores o mayores” lo que estaría haciendo el de dentro…
Nada más salir la chica, corrió la hermana para el baño, y al salir ella, lo hizo la madre. El padre también, y luego volvió a entrar la primera, y luego la segunda…por lo que yo le dije a Marijose, que yo me intentaría aguantar un poco hasta llegar a la estación del tren.
La señora del local, se enfrascó en una conversación con nosotros, que la verdad es que a mí me vino muy bien para no pensar en mi barriga, en la que nos puso “verdes”, “de vuelta y media” como se suele decir, a la compañía chilena del PerúRail. Nos explicaba que no solo nos estaba timando a los turistas con sus precios incrementándolos una y otra vez, sino que a los indígenas del lugar, los tenían bastante discriminados, limitándolos demasiado para acceder a sus propios pueblos, con abusivas tarifa, cosa que hacía solo unos años atrás, había costado incluso revueltas, pero que ya habían vuelto a las andadas…

A las 17:45, ya casi a oscuras, tomamos la calle que desciende hasta la estación del tren, y cuando llegamos, mi estómago no aguantó más, por lo que prácticamente tuve que salir disparado al baño. A punto estuve de no llegar.
Lo que me encontré en los baños, fue surrealista.
¡Todo el mundo, absolutamente todo el mundo, estaba mal del estómago! Yo fui un privilegiado, y tuve suerte de encontrar un retrete limpio, pues entre todos los hombres que allí estaban, “dando saltitos”, aguantando como podían las ganas, una pequeña mujer se afanaba en limpiar como podía los baños.
El esperpéntico “concierto” de sonoras flatulencias y por supuesto, el festival de aromas que allí, será uno de los recuerdos y anécdotas imborrables de esta excursión que hicimos hacia una de las maravillas del mundo.
Por fin, el tren.
En el, nos sentaron junto a una joven y simpática pareja brasileña, Estevan y Laila, con quienes entablamos una agradable conversación que nos mantuvo ocupados las casi dos horas y media que duró el trayecto hasta Aguas Calientes. Aunque la verdad es que fue Estevan el más dicharachero y hablador, pues la pobrecita Laila, venía igual que yo de malita.
En principio, en Aguas Calientes, tendría que haber alguien esperando por nosotros para acompañarnos al hotel que habíamos dejado apalabrado con el Señor Dante desde Cuzco, pero en medio del alboroto de personas que agitaban carteles con nombres de turistas, no había nadie para nosotros.
Fugazmente nos tropezamos de nuevo con Estevan y Laila, de quienes nos despedimos brevemente, y decidimos caminar en busca del hotel por nuestra cuenta, cosa que no resultó demasiado complicada, pues el pueblo es tan pequeño como feo.
 Aguas Calientes, es el típico pueblucho de mala muerte donde no había nada, que ha experimentado un “boom” gracias al turismo, nos recordó mucho, salvando las distancias a Guilin, la horrible ciudad del sur de China, por la que tuvimos que pasar irremediablemente hacía dos años ya, para alcanzar la preciosa zona de los bancales de arroz de Longsheng.  
Cuando llegamos al hotel, el Inti Pata, 60 Soles la noche, bien situado al lado justo de donde parten los autobuses para el Machu Picchu, en la recepción, había una joven española, a la que le estaban comunicando que a pesar de que había pagado la entrada de 10 Dólares americanos hacía tiempo para subir al Huayna Picchu, había sido un fallo, porque el acceso es de un número limitado de turistas y ya estaba cubierto el cupo, y aunque ella se puso a protestar “pijamente”: - ¡jopé, es que me hacía mucha ilu, por fa! – no parecía que le fuese a dar mucho resultado.
Sin embargo, cuando yo mencioné que no tenía boleto para subir aunque me hubiese gustado, el recepcionista me localizó a un supuesto guía, quién afirmaba que me la podía conseguir mañana mismo, a pié de entrada, por 60 Soles…vamos, que aquí el “trapiche” como decimos los canarios, estaba en que todos los operadores turísticos compran todas las entradas al HuaynaPicchu para decir que no quedan, y después revenderlas a los desconsolados turistas que no querrían perderse esta experiencia por, solamente el doble de su valor.
Así que antes de irnos a dormir tempranito, para madrugar y poder subir de los primeros, cuando el señor me ofreció en la puerta de nuestra habitación “su chollo”, decidí, que “por mis narices”, no subiría mañana al HuaynaPicchu.

Nuestro resumen fotográfico, en 94 de nuestras instantáneas:

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